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La enfermedad de Parkinson, que celebra su Día Mundial hoy 11 de abril, afecta a diferentes funciones del cerebro. Las principales son la capacidad motriz y la rigidez: la primera, con problemas de lentitud de movimientos en el brazo y la pierna, mientras que la rigidez dificulta la realización de actividades cotidianas, como lavarse los dientes o trabajar con un ordenador. Además, ambas impactan en el estado de ánimo y causan ansiedad.

Las estimaciones indican que la enfermedad de Parkinson afecta a unos 150.000 españoles, según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN). Cada año se diagnostican unos 10.000 nuevos casos, con una previsión de que se duplicarán en 20 años y se triplicarán en 50. «Es una patología asociada al temblor en ancianos y no siempre es así: los pacientes no siempre tiemblan y, en un 10% de casos los afectados tienen menos de 50 años», recalca Álvaro Sánchez Ferro, coordinador del Grupo de Estudio de Trastornos del Movimiento de la SEN.

El diagnóstico tiene un retraso medio de unos dos años, un plazo que el experto señala que debe acortarse. «Muchas veces se confunde con enfermedades traumatológicas o psiquiátricas. Por eso es importante que tanto la población como los profesionales de la salud conozcan sus síntomas y así poder identificarla antes», subraya.

Tras el diagnóstico, el paciente es valorado en el hospital y se le realiza una serie de pruebas, iniciándose un tratamiento con medicación. El objetivo es reestablecer los niveles de dopamina en el cerebro, lo que permite que la persona se mueva mejor, con menos lentitud de movimientos y más agilidad.

A medida que la enfermedad va avanzando, la respuesta a los fármacos puede ir disminuyendo, aunque es variable. Es lo que los médicos llaman «fluctuaciones», con momentos del día en los que los síntomas están controlados y la persona puede hacer sus actividades, y otros en los que los síntomas reaparecen. En estos casos, se usan fármacos para prolongar los efectos de la medicación inicial.

En las fases más avanzadas se usan las terapias de segunda línea, como la cirugía de estimulación –colocando electrodos en el cerebro para estabilizar al paciente– y las terapias de infusión de fármacos, usando medicación para lograr una respuesta más estable. Las técnicas de imagen juegan un papel fundamental en el diagnóstico y en el seguimiento, especialmente la resonancia y el TAC de cráneo. Además, para el diagnóstico se usa la medicina nuclear, utilizando cantidades ínfimas de material radiactivo unidas a una molécula que las transporta, con una técnica denominada DAT-SCAN. Este abordaje permite medir el nivel de dopamina en el estriado, una zona del cerebro en la que la captación de una sustancia que marca la dopamina es menor, por lo que puede compararse con los niveles de las personas sanas.

En cuanto al futuro, existen numerosas líneas de investigación abiertas. En los tratamientos, se está intentando saber por qué se depositan proteínas fosforiladas, como la alfa-sinucleína, en forma de acúmulos en determinadas partes del cerebro. «Se investigan fármacos que eliminen estos acúmulos, con anticuerpos que se pegan a estas proteínas para que el cuerpo los identifique como anormales y los elimine. Además, hay otra línea que intenta que estos acúmulos no se produzcan, bloqueando su producción. Es un área potencialmente prometedora, pero estamos pendientes de los resultados de los ensayos clínicos», apunta Sánchez Ferro. El tratamiento con células madre podría ser otra opción para reestablecer las partes del cerebro dañadas, por lo que también se están investigando actualmente.

Entre las técnicas de imagen, Juan Romero, neuroradiólogo del Hospital Universitario 12 de Octubre de Madrid, asegura que la radiómica «es la gran promesa no solo en el campo del párkinson: puede ser útil en enfermedades degenerativas, en tumores y en todo tipo de enfermedades neurológicas. Confío en que, en un futuro, seamos capaces de identificar pequeñas variaciones y alteraciones ajenas al alcance del ojo humano y que podamos, con herramientas numéricas e inteligencia artificial, valorar las texturas y los tejidos afectados en esta enfermedad. Así, lograremos identificarlas de manera precoz».

Una última opción, impulsada por investigadores españoles como los del Hospital HM Puerta del Sur de Móstoles (Madrid), es el uso de los ultrasonidos dirigidos de alta intensidad (HIFU en sus siglas en inglés), para reequilibrar los circuitos alterados en la enfermedad de Parkinson. «Consiste en la elevación de la temperatura, de manera dirigida y focalizada en una zona central del cerebro, eliminando un grupo de neuronas concretas que son las que provocan los efectos del temblor asociado al párkinson. El procedimiento dura unas seis horas y se usa una máquina de resonancia, consiguiendo que el paciente mejore sustancialmente el temblor, aunque no el resto de los síntomas. El papel del radiólogo, en este caso, es ayudar a los neurólogos neurocirujanos a evaluar el resultado exitoso de esta técnica», detalla Romero, que también es portavoz de la Sociedad Española de Radiología Médica (Seram).

Por otro lado, la inteligencia artificial también podría jugar un papel clave para evitar que los pacientes se desplacen al hospital al poder ser evaluadas en casa y, gracias a los sensores, detectar y medir mejor los síntomas de la patología.

¿Puede prevenirse?

La actividad física tiene un papel a la hora de evitar la progresión de la enfermedad, por lo que se recomienda vida activa, con ejercicio físico regular moderado durante unos 40-60 minutos entre tres y cinco veces por semana. «Es recomendable para los pacientes y también para la población general que se hace mayor. Y con un estilo de vida saludable en cuanto a la alimentación, con niveles controlados de tensión arterial, azúcar y colesterol en sangre, evitando tabaco y alcohol», concluye Sánchez Ferro.

Fuente: La razon